La vida y el trabajo intelectual de una de las pensadoras más consagradas del movimiento feminista, Simone de Beauvoir, siempre fueron de la mano. Exploremos la biografía de la autora a través de las viñetas de la nueva novela gráfica «Simone de Beauvoir. Una joven que incomoda» para poder dar respuesta a la pregunta: ¿en qué contexto intelectual del París de entreguerras surgieron las ideas feministas que hoy siguen formando una parte constitutiva de nuestros debates?
Una infancia de muros y grietas
Entre el número 103 del boulevard de Montparnasse y los Jardines de Luxemburgo: esa fue la primera parcela de mundo que debió recorrer Simone de Beauvoir.
Nacida en 1908, en el seno de una familia burguesa de arraigada moral cristiana, Simone fue criada durante su primera infancia –junto con su hermana Hélène de Beauvoir, apodada como «Poupette»– en una residencia señorial de la burguesía parisina. A los cinco años fue escolarizada en el Cours Désir, donde conoció a Élisabeth Lacoin –o «Zaza»–, que inmediatamente se convertiría en su mejor amiga.
Simone de Beauvoir pronto destacaría por sus capacidades intelectuales y su curiosidad insaciable. Es conocida la frase que su padre le solía decir: «tienes un cerebro de hombre». Sus primeros contactos con la literatura fueron a través de las aventuras de Kipling, Defoe y Julio Verne que leía a escondidas. Sin embargo, esa curiosidad se veía continuamente restringida por las exigencias de ortodoxia femenina –sostenidas tanto por su madre como por las maestras del convento–, de formarse en una educación basada en el arte de «la aguja» y no en el de «la pluma».
Poco a poco de Beauvoir fue cavando grietas en el camino vital amurallado que su madre había diseñado para ella. Las formas que el mundo podía adoptar se multiplicaban, de repente, en los dos agujeros que se había cavado en la casa materna: la madriguera debajo del escritorio de su padre desde la cual leía historias de aventuras y el balcón que daba al boulevard Raspail, desde el que oteaba el espontáneo ajetreo y bullicio parisino.
Emancipación del determinismo femenino: una idea política y autobiográfica
El final de la Primera Guerra Mundial supuso para la familia de Beauvoir un duro golpe económico. El Banco de la Meuse, del que era presidente el abuelo materno, Gustave Brasseur, y del que dependía buena parte de la fortuna familiar, quebró. La familia se vio precipitada a la ruina; debieron abandonar el boulevard Raspail y trasladarse a un quinto piso sin ascensor de la calle Rennes. El espacio de las habitaciones encogió, las tensiones entre los padres se agudizaron y las riendas que ataban a las hijas se ajustaron.
El contraste entre, por un lado, el encorsetado ambiente familiar y el determinismo que rodeaba la condición social femenina –en buena medida representado por la figura de la madre– y, por otro lado, la intuición de una de Beauvoir muy joven de que se podía ser-otra-cosa, tendría un fuerte impacto en las ideas políticas sobre la noción de mujer que más tarde desarrollaría:
«La mujer no nace; se hace. Ningún destino biológico, psíquico o económico define la figura que la hembra humana adopta en el seno de la sociedad; es el conjunto de la civilización quien elabora este producto intermediario entre el macho y el eunuco que se califica como femenino»
A los quince años, Simone ingresó en el Instituto Católico de París, donde se formó en matemáticas, literatura y latín, mientras ampliaba su formación en el Instituto Sainte-Marie de Neuilly. En 1929 culminó sus estudios universitarios, se licenció en Letras con una especialización en Filosofía, y concluyó la redacción de su tesina sobre Leibniz, titulada «Le concept chez Leibniz» [El concepto en Leibniz]. Simone de Beauvoir se convertía así, a los 21 años, en la profesora agregada más joven de todo París.
Del Café de Flore al resto del mundo: la mesa existencialista
Simone trabajó como profesora desde que consiguió su cátedra de filosofía en 1929 hasta 1943, año en que publicó su primera novela, La invitada, y pudo emanciparse y vivir de su escritura. A partir de entonces empezaría a explorar, a través de trabajos ensayísticos como ¿Para qué la acción? –Pyrrhus et Cinéas como título original– y Para una moral de la ambigüedad, nuestra condición doble en tanto que sujetos y objetos. De Beauvoir bebería de todos los estímulos intelectuales que le brindaría ser parte del círculo de académicos de la Sorbona y lo trasladaría a su propio pensamiento.
Nuestra pensadora francesa empezaría a reflexionar en profundidad sobre la conflictiva relación entre las dos caras de nuestra forma de existencia, la “nada” y la facticidad. Tanto en su pensamiento como en su vida, Simone de Beauvoir experimentaría la facticidad del muro –la solidez de los límites materiales de la existencia– y la libertad de la grieta –la capacidad del pensamiento de trascender esos límites–.
Estas serían problemáticas fenomenológicas que interesarían a todos los pensadores franceses que crecerían académicamente en el periodo de entreguerras y con los que se retaría intelectualmente. En concreto, su texto Para una moral de la ambigüedad ya iría dirigido en forma de respuesta a la última publicación de su pareja intelectual Jean-Paul Sartre, El ser y la Nada.
De Beauvoir y Sartre fundarían en 1945, junto con el círculo de pensadores franceses coetáneos que, cada uno desde su ámbito, simpatizaban con –o tenían algo que decir sobre– el punto de vista existencialista, la revista Les Temps Modernes. A la producción del proyecto se unieron filósofos como Merleau-Ponty, Raymond Aron y Michel Leiris para difundir el pensamiento político, literario y filosófico francés del momento. Durante los 41 años que disfrutaron de la dirección de Simone, en la revista colaboraron autores de la talla de Jean Baudrillard, Samuel Beckett y Jean Paulhan.
El segundo sexo: feminismo con una base existencialista
Simone De Beauvoir, sin embargo, se consagró como escritora con la publicación del famoso ensayo El segundo sexo en 1949, obra desde la que analiza la condición de la mujer tanto desde un punto de vista biológico y psicológico como político-marxista. Esta obra se convirtió en un boom editorial y rápidamente fue fagocitado e incorporado en las proclamas de las siguientes olas feministas como “clásico”, ya fuera para continuar con su planteamiento –De Beauvoir inaugura la distinción sexo-género todavía tan vigente en los debates actuales sobre sexualidad– o, en contados casos, para diferenciarse de él.
La mirada existencialista –la mirada que asume, recogiendo la definición sartreana del término, que «la existencia precede a la esencia»– será para la filósofa también el enfoque necesario de El segundo sexo: el ensayo partirá de la convicción de que la esencia es necesariamente construida; los seres humanos construimos nuestra esencia a partir de nuestra existencia, pues no podemos salir de nuestra condición de entes existentes, de entes situados en el mundo, en una cultura y contexto histórico concreto. Asimismo, el ensayo analizará la condición de la mujer a través del esquema Sujeto-Objeto, Yo-Otro, esquema ya consagrado en El ser y la Nada.
«Simplemente, dado que en la mujer [la libertad] es abstracta y vacía, solo se puede asumir auténticamente en la rebeldía: es el único camino que se abre a los que no tienen la posibilidad de construir nada; tienen que vencer los límites de su situación y tratar de abrirse los caminos del futuro; la resignación solo es una capitulación y una huida; para la mujer no hay más salida que trabajar por su liberación»
Simone de Beauvoir y Sartre ¿relación abierta?
Sartre y Simone de Beauvoir –o beaver, “castor” en inglés, como le llamarían Sartre y René Maheu– se conocieron el mismo año en que nuestra filósofa iniciaba su carrera académica, en 1929. A partir de ahí la aventura amorosa e intelectual caminarían de la mano por las calles de París. Como no podría ser de otra forma, Sartre y de Beauvoir vivieron su amor acorde con una filosofía vital existencialista. Para Simone «un amor auténtico debería asumir la contingencia del otro, es decir, sus carencias, sus límites y su gratuidad originaria», su condición de sujeto y objeto, a una vez.
Por lo tanto, más que el concepto de “correspondencia” –el cual desafiaría los límites de la terminología existencialista–, para ellos, como nos recuerda la filósofa francesa Geneviève Fraisse, era importante el concepto de “simetría”: «ellos se consideraban intelectualmente iguales», se amaban como dos niños aman mientras juegan, con la tranquilidad y naturalidad de saberse «amores necesarios» mientras disfrutan también de otros juegos, de otros «amores contingentes», fueran esos otros amores lecturas o cuerpos.
«El amor auténtico debería basarse en el reconocimiento recíproco de dos libertades; cada uno de los amantes se viviría como sí mismo y como otro; ninguno renunciaría a su trascendencia, ninguno se mutilaría»
Todo esto y más sobre la vida de una de las pensadoras más conocidas del movimiento feminista lo podrás encontrar en la nueva novela gráfica de Sophie Carquain y Olivier Grojnowski. Haz click en el siguiente banner para descubrir todos los matices de la biografía de Simone de Beauvoir: