Durante la restrictiva época victoriana del siglo XIX, tres mujeres decidieron ganarse la vida escribiendo profesionalmente bajo pseudónimos masculinos. Sus nombres no son otros que Emily, Charlotte y Anne Brontë, tres hermanas que lucharon por salir adelante y ganarse un lugar en la sociedad más allá de los convencionalismos de época. Ahora sus novelas son consideradas como imprescindibles de la literatura universal.
La familia Brontë al completo
Haworth, 1820. Una nueva familia se ha mudado recientemente a la casa parroquial que se encuentra en la parte superior de Main Street. El reverendo Brontë ha llegado desde Thornton hasta este pequeño pueblo del oeste de Yorkshire junto a su mujer Maria Branwell y sus seis hijos: Maria, Elizabeth, Charlotte, Branwell, Emily y Anne, atrayendo las miradas curiosas de los lugareños. Su nuevo hogar, el Parsonage (la rectoría de Haworth), se encuentra a las afueras del pueblo, cerca de un páramo salvaje.
Las jornadas del reverendo transcurren entre los numerosos deberes que el cuidado de esta pequeña comunidad conlleva. Pronto, sin embargo, una mayor preocupación pesará sobre sus hombros: su esposa Maria enferma de cáncer y muere poco después. Por fortuna, para ayudar a Patrick Brontë en su deber como padre está Elizabeth Branwell, la hermana de Maria, que ha venido desde Cornualles para asistirla durante su enfermedad. Aunque la estricta tía Branwell nunca podrá devolver a los chicos el tierno amor maternal del que fueron privados, seguirá siendo un punto de referencia fundamental para su crecimiento y se convertirá en parte integral de la vida familiar hasta el día de su muerte.
La estricta infancia de las hermanas Brontë
Casa Brontë es un ambiente austero pero confortable, intelectualmente estimulante, pero al mismo tiempo rígido. El reverendo permite a los niños todo tipo de lecturas, y los pequeños Brontë crecen curiosos y atentos al mundo que los rodea. Las páginas de los libros que aman son fuentes inagotables de inspiración para sus juegos, pero mientras su imaginación corre libre y desenfrenada, las reglas en casa son estrictas. Por un lado, la tía Branwell les da una educación severa por su formación metodista wesleyana; por otro, el inflexible reverendo anglicano Patrick prepara a sus hijos para una vida que requiere compromiso y sacrificio.
Si este es el rígido contexto familiar que las hermanas Brontë conocen de niñas, el social, con el que se encontrarán de jóvenes, lo es aún más. Charlotte, Emily y Anne entran al mundo de los adultos durante los primeros años del reinado de la reina Victoria. Ser mujer en esta época no es fácil, especialmente si deseas algo más que un matrimonio de conveniencia y una vida tranquila en casa; y las hermanas Brontë han crecido con otras prioridades, diferentes de las de la mayoría de sus coetáneas. De hecho, el reverendo, un hombre impasible y práctico, sabe que no puede ofrecer a todas sus hijas una dote que valga un buen matrimonio y por ello decide invertir sus escasos recursos económicos en una educación que les alcance para mantenerse por su cuenta. Así, las orienta a una profesión que se considera adecuada para las mujeres de clase baja obligadas a trabajar: la de institutriz.
Las hermanas Brontë reciben su primera educación formal en una institución para las hijas de los clérigos: la Clergy Daughter’s School de Cowan Bridge. La vida dentro de la escuela es insoportable, y las alumnas son sometidas a todo tipo de renuncias y mortificaciones en favor de una educación en la abnegación cristiana al estilo calvinista. A Cowan Bridge asisten primero Maria y Elizabeth, seguidas más tarde por Charlotte y Emily. Desgraciadamente, en ese ambiente frío e insalubre, las dos hijas mayores del reverendo enferman de tuberculosis y mueren poco tiempo después. Destrozado por estos tristes acontecimientos, el reverendo saca de la escuela a las pequeñas Charlotte y Emily. Las dos niñas completan sus estudios más tarde en el instituto de Roe Head, donde en el futuro trabajarán como maestras. Incluso Anne, la pequeña de la familia, que a diferencia de sus hermanas ha sido educada en casa hasta ese momento, pasa una temporada como estudiante en Roe Head, reemplazando a la reservada Emily, que lejos de Haworth y de su casa cae en una profunda melancolía. Aunque desde pequeñas han sido orientadas hacia una carrera muy concreta, la profesión de tutoras y docentes no gusta mucho a las Brontë. Ocuparse de la educación y los caprichos de los hijos pequeños de buenas familias es agotador y muchas veces poco satisfactorio; pero lo que más las inquieta es encontrarse atrapadas en un papel que las mortifica socialmente. La vida en las casas de la alta sociedad implica tener que adaptarse a regañadientes a ser casi invisibles en un contexto social que ahoga sus capacidades. Es aquí donde el espíritu de las Brontë lucha por ajustarse a las reglas y empieza a inquietarse.
Branwell Brontë, el hermano desconocido
Mientras tanto, Branwell es educado en casa por el propio reverendo y vive una experiencia de formación completamente diferente de la de sus hermanas: absorbe las imperiosas expectativas del padre y, más tarde, de ese canon victoriano que quería hombres económicamente responsables y ambiciosos. Branwell Brontë, no obstante, tiene un carácter muy particular, que contrapone un fuerte egoísmo con una enorme fragilidad; pronto se embarca en el camino del vicio y se convierte, más que en una ayuda, en una carga sobre los hombros de las hermanas. No se sabe con certeza cuáles son las razones que contribuyen a un cortocircuito en la existencia de Branwell. Sin duda, la muerte de su madre y, poco después, la de las dos hermanas mayores dan un fuerte golpe a su sensibilidad innata; y cuando una serie de fracasos laborales y amorosos se suman al dolor, ese precipicio en el que está destinado a caer se le aparece cada vez más cerca.
Los inicios de una vocación literaria
La dura experiencia de un ser querido que pierde el control hasta la autodestrucción deja una huella imborrable en las tres hermanas Brontë, hasta el punto de que la vida de ese hombre débil y enojado será un modelo en la creación de algunos de los personajes más complejos de sus novelas. La influencia de Branwell en la trayectoria artística de las tres autoras no solo está relacionada con la inspiración. El suyo es un papel clave que se remonta a la infancia: en 1826 dejó que la caja de soldaditos que le acababa de regalar su padre diera vida a su primera aventura literaria. Los soldaditos de juguete se convirtieron en los protagonistas de historias ambientadas en un mundo imaginario, que con el tiempo evolucionarán hasta convertirse en las famosos relatos de Glass Town, Angria y Gondal. Este primer experimento es crucial en su formación, ya que les permite explorar su ingenio e imaginación, desarrollando de inmediato la pasión por la escritura.
Así, los cuatro hermanos Brontë empiezan a cultivar la vocación literaria desde muy temprano. Sin embargo, las únicas dos hermanas que reciben una preparación formal para la escritura son Charlotte y Emily. Con la ambiciosa intención de adquirir los conocimientos necesarios para abrir una escuela propia en Haworth, las dos chicas parten en 1842 hacia Bruselas para estudiar en el Pensionnat Héger. La vida fuera de casa no es fácil, sobre todo para Emily, pero las lecciones son interesantes, especialmente las de francés, impartidas por el profesor Constantin Héger (esposo de la directora del Pensionnat). Héger no solo prepara a las niñas para el dominio de un idioma extranjero, sino que también les proporciona nociones importantes sobre el estilo y la forma. Este factor es fundamental para la futura producción de sus novelas, y Charlotte quedará encantada con el carisma y las habilidades de aquel hombre. Pero tanto Charlotte como Emily se ven obligadas a regresar a casa ese mismo año, tras la triste muerte de la tía Branwell. A partir de ese momento, Emily nunca volverá a Bruselas; Charlotte, en cambio, pasa un año más en el Pensionnat, pero a su regreso comienza a mostrar síntomas de una profunda melancolía, que muchos atribuyen a su querido profesor Héger. No se sabe qué tipo de relación hubo en realidad entre la alumna y el profesor, pero sí que esta relación y la experiencia en Bélgica inspiran algunas de sus novelas.
En 1845, los hermanos Brontë se encuentran todos en casa. Emily y Charlotte han regresado de Bruselas y Anne presenta su dimisión a los Robinson, una familia con la que ha trabajado como institutriz durante mucho tiempo. Poco después, Branwell es despedido por la misma familia, para la cual trabajaba como tutor, debido a un escándalo que afecta de lleno a toda la familia: la sospecha de una relación entre él y la esposa de su empleador, la señora Lydia Robinson. El nexo entre los dos, nunca confirmado oficialmente, es la gota que colma el vaso y empuja a Branwell cada vez más hacia el abismo.
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Publicar bajo pseudónimos masculinos
Por desgracia, el proyecto de la escuela para chicas no se concreta y las hermanas Brontë se ven obligadas a dar un nuevo giro a su condición. Cansadas de tener que someterse a los dictados de una sociedad en la que el destino de las mujeres se establece desde su nacimiento, intentan desafiar las reglas y levar a cabo sus más profundas ambiciones literarias. En 1846, de hecho, Charlotte consigue, no sin resistencia, involucrar a Emily y a Anne en la publicación de la colección de poesía Poems, de Currer, Ellis y Acton Bell. Las tres hermanas se ocultan bajo pseudónimos masculinos, aunque mantienen las iniciales de sus nombres y un apellido común que conserva la B de Brontë. De la colección solo se venden dos ejemplares, pero las hermanas no se rinden y urden un nuevo plan: publicar novelas.
Charlotte escribe El profesor; Emily, Cumbres borrascosas; y Anne, Agnes Grey. La intención de las tres es permanecer en el anonimato, y por eso utilizan los mismos nombres. La editorial Newby se muestra interesada en las novelas de Emily y Anne, si bien El profesor recibe una serie de rechazos. A la inquietud de aquellos días se suma, dentro de las paredes de la rectoría, la preocupación por la salud del reverendo Brontë, que debe someterse a una delicada cirugía ocular. Pero una vez más las chicas no se desaniman ante la dificultad y Charlotte, que acompaña a su padre a Mánchester para la operación, está totalmente inmersa en la escritura de una nueva novela: Jane Eyre.
Jane Eyre, un éxito inmediato
Es Smith, Elder & Co. quien publica, en 1847, la primera obra de Currer Bell, que tiene un éxito inmediato. Algún tiempo después, sin embargo, tal vez en un intento de aprovechar la popularidad que ha obtenido Jane Eyre, Newby se aprovecha de la misteriosa identidad de las hermanas y afirma que los tres autores son, en realidad, una sola persona. En este punto, con el orgullo herido, Charlotte y Anne parten hacia Londres para aclarar el malentendido con Smith, Elder & Co. y se presentan en persona. Emily, en cambio, reacciona de otra manera; siempre reacia a salir de casa y totalmente inescrutable, decide permanecer en la rectoría.
Mientras las hermanas intentan labrarse un futuro como escritoras, Branwell se encuentra ya al borde del colapso de una vida que siempre ha vivido al límite, minada por el alcohol, los opiáceos y, probablemente, por demonios internos mucho más aterradores que los fantasmas que acechan en los viejos pubs de Haworth. Muere de tisis en 1848, a la edad de 31 años. En menos de dos años, Emily y Anne también mueren, dejando a Charlotte en una casa vacía y silenciosa. Sola, permaneciendo en casa para cuidar a su padre, Charlotte disfruta —aunque quizá no del todo— de su reputación como escritora y del éxito de sus otras novelas, y encuentra un poco de felicidad en su matrimonio con el sacerdote Arthur Bell Nichols. La mayor de las hermanas Brontë muere en 1855, según algunos críticos y estudiosos, esperando un hijo.
La luz de las hermanas Bronë
Sin duda, la vida de las hermanas Brontë no fue sencilla, y esto hace que muchas veces se lea su historia bajo una clave pesimista y superficial, que las ve como tres muchachas solitarias e introvertidas, pobres hijas de un párroco y hermanas de un borracho en un pueblo a las afueras de Yorkshire. Esta visión, sin embargo, corre el riesgo de oscurecer la luz interior de tres jóvenes que brillaron con tanta fuerza como para deslumbrar los espejos opacos y artificiales de los cánones de la época victoriana, rechazando el matrimonio como única opción, asumiendo las riendas económicas de la familia, superando dificultades y fracasos con determinación y haciendo de su pasión y su talento un motivo de vida. Pero sobre todo, estas mujeres han tenido el valor de imprimir en el papel y para siempre las luces y las sombras de sus almas, desnudándose y vertiendo su fuerza interior en sus personajes, dándonos palabras que aún hoy nos inspiran, pero que en su momento despertaron inquietudes en la opinión pública. No debió ser fácil para los lectores victorianos encontrarse cara a cara con temas como el alcoholismo o la violencia doméstica, con roles malignos hasta los límites de la decencia, con familias poco convencionales, con personajes femeninos de extraordinaria fuerza que rechazan las propuestas matrimoniales, luchan por su dignidad y abandonan a los maridos nocivos. Con el ejemplo de sus vidas reflejado en las páginas de las novelas, las hermanas Brontë gritaron con fuerza por la independencia personal y la autoafirmación en la familia, la sociedad y la literatura. Tal vez todo esto no nos parezca hoy tan excepcional, pero sin duda lo fue en aquel momento. La literatura las ha consagrado a la eternidad y, sin embargo, parece existir un prejuicio que, como un velo opaco, ensombrece estas figuras. Deshacer los prejuicios y levantar el velo es esencial para garantizar que la luz interior de Charlotte, Emily y Anne pueda iluminarnos e inspirarnos todavía hoy. Dejemos, entonces, que brille.