Nace una nueva publicación de Filosofía ilustrada en La Otra H. Y en esta ocasión, viene cargada de polémica y debate al posicionarse en uno de los campos de mayor notoriedad en nuestros días: la Ética animal.
La relación que mantenemos los seres humanos con los animales no deja de ser curiosa: Por un lado, casi todos sentimos un cierto aprecio por las diferentes especies, que nos despierta desde abierta admiración a una poderosa ternura. Y eso sin contar a nuestros animales de compañía, por los cuales sentimos, en la gran mayoría de los casos, una abierta y masiva adoración (como apunte, hace poco aparecía en los medios una noticia curiosa al respecto: en algunas comunidades autónomas de España, como Asturias, las familias ya tienen más animales de compañía que hijos). En cambio, nuestra actuación frente a las especies salvajes es, en muchas ocasiones, de abierta crueldad.
Toda nuestra calidad de vida se sostiene en la relación que mantenemos con los animales. Nuestras industrias requieren de ellos, nuestros inventos los usan como base de pruebas, nuestra comida, ropa, medicina, etc. Los animales son tan vitales para nosotros como el aire que respiramos. ¿Cómo es posible semejante ambivalencia? ¿Cómo puede ser que los amemos, pero los usemos y experimentemos con ellos de esta manera? ¿Bajo qué código moral actuamos que nos permite tal incoherencia?
Lo cierto es que la filosofía se ha fijado en esa relación desde hace milenios. Filósofos de todas las épocas han querido establecer la línea que separa al hombre del animal. La razón por la que consideramos que tenemos derecho a mirarlos por encima del hombro —y si eso es legítimo—. Aunque nos cueste reconocerlo, esta es una concepción bien asentada a lo largo de la historia, principalmente como consecuencia de nuestra permanente exclusión de las demás especies (a fin de cuentas, nosotros somos también animales) de la esfera moral.
La ética ambiental, a la que pertenece la ética animal, es la encargada de establecer el punto en el que hemos de trazar el círculo de nuestra esfera moral. Durante la mayor parte de nuestra historia, el enfoque de esta moralidad ha sido claramente antropocéntrico, es decir, una visión favorable hacia la humanidad que nos procuraba una posición privilegiada respecto al resto de sus seres vivos. Este código moral —quizá será mejor decir “estos”, en plural— es lo que nos ha dado la base argumentativa para minusvalorar y sacar provecho al resto de especies que nos rodean.
La ética ambiental, a la que pertenece la ética animal, es la encargada de establecer el punto en el que hemos de trazar el círculo de nuestra esfera moral
Actualmente cada vez son menos los que apuestan por un modelo de este tipo. La mayoría ya no cree que el ser humano, sencillamente por serlo, tiene derecho a esclavizar, manipular, usar y hacer sufrir a otras especies que pueblan nuestro planeta.
El libro que nos ocupa, escrito por Julia Kockel e ilustrado por Oliver Hahn, se mueve en esas diferentes visiones de la historia, así como en los filósofos que se posicionaron de una u otra manera. Desde aquellos que consideraban que Dios otorgó el poder y el derecho de disponer de los animales a nuestro alrededor, hasta las posiciones patocéntricas que sostienen que la clave de todos son los sentimientos y que, en tal caso, todo ser vivo capaz de sentir algo (dolor, alegría, sufrimiento, etc.) merece ser considerado moralmente.
Puede parecer que la elección de un código moral u otro sea baladí, pero no lo es, en tanto que determina la manera en que nos enfrentamos a la realidad, además de poner de manifiesto el tremendo peso que la elección y aplicación de una filosofía puede tener en la existencia. Dependiendo de las ideas y los valores que la sustenten, así nos enfrentaremos a la vida y así se verá afectada la de quienes se encuentren en nuestro camino. En el caso que nos ocupa, nuestra predisposición a minusvalorar y sacar provecho de los animales no puede entenderse si no es bajo esa creencia de que ocupamos un estadio superior a los mismos y no solo en lo que a inteligencia se refiere. No es solo que hayamos establecido grandes fronteras entre las especies (que existen, qué duda cabe) sino que hemos creado diferentes categorías morales en las que ubicarnos nosotros y ellos.
Nuestra predisposición para minusvalorar y sacar provecho de los animales no puede entenderse si no es bajo la creencia de que ocupamos un estadio superior como especie
Las posturas al respecto son variadas y muchas de ellas pueden encontrarse bien resumidas en este libro. Desde la bien asentada visión de Carlo Cohen, quien traza la frontera a partir del concepto de derecho, el cual solo es aplicable por definición al ser humano y porque acarrea unas obligaciones -si bien por esa regla de 3 ni los bebés ni los deficientes psíquicos deberían tener derechos-; hasta aquellos que, como ya hemos indicado, trazan la línea en las emociones, pasando por otros, como Peter Carruthers, para quien, simple y llanamente, no les debemos nada a los animales ni ningún tipo de consideración moral.
Un pequeño libro que, como el lector ya habrá imaginado, tiene la facultad de condensar en unas pocas páginas las reflexiones más destacadas y llamativas de lo que se ha dado en llamar “Ética animal”. En este sentido, la obra sigue el esquema habitual de la colección Filosofía Ilustrada: contenidos de corte profundamente académico pero enfocados desde una perspectiva rompedora y fresca, sin más objetivo real que el despertar en el lector el interés por el tema tratado, más que en ofrecerle una visión excesivamente detallada de la cuestión. Se trata de llamar, de captar la atención del público y que, con la dosis justa de conocimiento, desee más. En ese sentido, Ética animal es una trabajo magnífico, puesto que juega muy bien con la alternancia entre texto profundo e ilustración, lo que da como resultado una lectura muy dinámica y enriquecedora. Nos ayuda a asimilar, de una manera sumamente natural y fácil, las líneas fundamentales del pensamiento de personajes muy importantes de este movimiento, algunas de ellas merecedoras por sí solas de voluminosos libros. Tristemente, muchos de ellos sin el atractivo para cualquier tipo de público que sí encontramos en Ética animal. Solo por eso ya merecía la pena su lectura, si bien su facultad más notable es su capacidad para abrir nuestra mente y dejarnos con ganas de más, invitándonos a acceder a otros libros y autores.