A lo largo y ancho de la historia de la filosofía, pocos libros se han ganado más fama de polémicos que El Príncipe, obra cumbre del diplomático, filósofo y humanista italiano, Nicolás Maquiavelo, padre de la política moderna y uno de los máximos exponentes del Renacimiento italiano.
Antes de nada, leamos unos fragmentos para conocer en qué arenas nos movemos:
“A los hombres hay que conquistarlos o eliminarlos, porque si se vengan de las ofensas leves, de las grandes no pueden. Así que la ofensa que se haga debe ser tal que les resulte imposible vengarse.”
“Las ofensas deben inferirse de una sola vez para que, durando menos, hieran menos. Mientras que los beneficios deben proporcionarse poco a poco, a fin de que se saboreen mejor.”
“Un príncipe debe contar con la amistad del pueblo, pues de lo contrario, no tiene remedio en la adversidad.”
“Entre uno armado y uno desarmado no hay comparación posible. No es razonable que quien esté armado obedezca de buen grado a quien no lo está.”
“Es más seguro ser temido que amado (…) El amor es vínculo de gratitud que los hombres, perversos por naturaleza, rompen cada vez que pueden beneficiarse; pero el temor es miedo al castigo que no se pierde nunca.”
“Hay dos maneras de combatir: con las leyes o con la fuerza. La primera es distintiva del hombre y la segunda de la bestia. Pero como a menudo la primera no basta, es forzoso recurrir a la segunda. Un príncipe ha de saber comportarse como hombre y como bestia.”
Maquiavelo -que nació el 3 de mayo de 1469 en las cercanías de Florencia en el seno de una familia noble venida a menos- escribió esta obra en 1513, durante su encarcelamiento en San Casciano, acusado de conspirar contra el gobierno de los Médici. Este libro fue el regalo/respuesta que Maquiavelo ofreció a Lorenzo II de Médici, Duque de Urbino, con el fin de ganarse su favor. Sin embargo, fue imposible, pues el mismo libro no vio la luz hasta 1531, cuando nuestro protagonista llevaba ya más de 4 años muerto.
El Príncipe es, en esencia, un tratado político que explica cómo ha de actuar un gobernante para alcanzar el éxito como tal. ¿Cuál es, entonces, su hecho diferenciador? El abandono por parte del autor de todo límite o principio moral establecido. Para Maquiavelo la política entra a menudo en conflicto con la moral y es por ello que ésta no puede ser su guía. El gobernante que quiera alcanzar sus objetivos y preservarse en el poder ha de analizar ante todo los resultados de sus acciones y ser, ante todo, pragmático. No es, por tanto, extraño que se haya asociado al escritor florentino el término ‘maquiavélico’, que ha pasado a la cultura popular como manera de expresar una personalidad mezquina, manipuladora y egoísta. También es famosa una frase nunca dicha o escrita por Maquiavelo, pero frecuentemente atribuida a él y a este libro:
“El fin justifica los medios.”
Las teorías de Maquiavelo quedan fuertemente enraizadas en el relativismo moral que tanto interesaría, décadas más tarde, al inglés Thomas Hobbes: “Mientras los hombres vivan sin ser controlados por un poder común que los mantenga atemorizados, están en esa condición de guerra permanente: guerra de cada hombre con cada hombre”. Una visión similar es la que Maquiavelo parece ofrecernos en El Príncipe, si bien, en el fondo, el fin que dice defender es loable: orden, paz y prosperidad. El poder ha de atemorizar a los hombres, pues sólo así puede constituirse un cuerpo político capaz de frenar la guerra y el caos continuo. La maldad intrínseca que habita en el ser humano, la debilidad que nos caracteriza, hacen que sea necesario que el poder político se “alíe” con la maldad, para controlarla, regularla y así lograr que produzca las virtudes positivas que se desean. El viejo principio de que vale más sufrir un mal menor siempre que evite uno mayor en el futuro.
Y es esta última reflexión nos lleva a otro de los conceptos utilizados por nuestro humanista, el de la ‘Razón de estado’. Término que hace referencia a las medidas excepcionales que ejercen los gobernantes con el fin de conservar o fortalecer sus posiciones, bajo la supuesta preeminencia del estado sobre los interesas de los distintos colectivos o los mismos derechos individuales: “En las deliberaciones en que está en juego la salvación de la patria, no se debe guardar consideración por lo justo o lo injusto, lo piadoso o lo cruel, sino que se ha de seguir el camino que salve la vida de la patria y mantenga su libertad”.
El enfoque que ofrece El Príncipe no es otro que el de una visión despiadadamente realista de la política. No hay sitio aquí para idealismo o utopías, sino que nos exhorta a centrar las decisiones en el mundo real, que es cruel, duro e inflexible. Sólo de esa manera podremos conseguir buenos frutos de nuestras acciones. Las premisas basadas en entelequias, alejadas de la realidad, siempre serán erróneas, y peor aún, nos imposibilitarán resolver nuestros errores en el futuro.
No obstante, no podemos olvidar que este libro fue escrito para un personaje en concreto (Lorenzo II de Médici), y que algunas de sus reflexiones son contrarias a las tesis que Maquiavelo vertió en otras de sus obras posteriores. Por ello, siempre nos quedará el poso de la duda de si El Príncipe es únicamente un acertado, pero brutal, tratado de cómo ejercer la política, o sencillamente, una manipulación más de la que se valió su autor para lograr el favor de su gobernante. Sea como fuere, una obra atractiva como pocas al alcance de todos los públicos en La Otra H. Adquiere el libro impreso o ebook.