A christmas carol, más conocido en España como Canción de navidad, es una de las obras más famosas del escritor inglés, Charles Dickens. El libro, escrito y ambientado durante el Londres victoriano, fue uno de los que lanzó a Dickens a la fama, teniendo además un fuerte impacto en la sociedad del Reino Unido de entonces, hasta el punto que revitalizó y recupero el espíritu de las celebraciones navideñas en el país anglosajón.
La historia gira en torno a los sucesos ocurridos en la Nochebuena de un año indeterminado en la vida de Ebenezer Scrooge, un maleducado, avaro y permanentemente enfadado hombre de negocios que detesta la navidad y todo lo que ella representa. Mientras ésta despierta en los demás sentimientos de alegría, camaradería y misericordia, Scrooge se revela como su opuesto y némesis: la representación física del egoísmo, la tacañería y la falta de empatía con el prójimo.
Dickens usa a este personaje para caricaturizar el sistema capitalista, que encontró su auge en el siglo XIX durante la evolución industrial, en opinión de Dickens, principal causante de los problemas de miseria, explotación y falta de valores de la sociedad.
Como en otras novelas del autor, se presenta en el libro a los pobres, y en general a la clase baja, como la suma de todas las virtudes (honradez, esperanza, bondad, optimismo, etc.) mientras que la riqueza es condenada como algo abominable. Esta visión, francamente sesgada y prejuiciosa (pues la revolución industrial fue el germen del mayor y más veloz avance que se ha producido en la historia en cuanto a bienestar social, aumento demográfico, mejora sanitaria, creación de riqueza, implantación industrial y servicios públicos) sirve a nuestro autor, no obstante, para estructurar la obra y facilitar la moraleja final, que más tarde abordaremos.
La trama
Tras terminar su jornada laboral, en la que conocemos los entresijos de la odiosa personalidad de Scrooge, este regresa a su enorme y vacía mansión, donde procede a pasar la Nochebuena ajeno a la fiesta que esta representa para sus conciudadanos. Sin embargo, pronto nota que algo extraño ocurre, y cuando se acuesta, descubre sorprendido que no se encuentra solo. Aparece entonces el fantasma de su ex socio Marley, fallecido siete años antes, quien arrastra una larga y pesada cadena como castigo por sus pecados.
Marley avisa a Scrooge que sus pecados son aún mayores, y que está cavando su propia tumba para toda la eternidad con su comportamiento. No obstante, tiene una oportunidad de redimirse cambiando su vida. Además, le avisa de que a lo largo de la noche recibirá la visita de 3 espíritus que lo mostrarán lo horrible de su personalidad a lo largo de su vida y las consecuencias de la misma.
El primero de los fantasmas en aparecer es el de las navidades pasadas, que muestra una faceta de Scrooge desconocida para el lector. Un niño, y más tarde joven, feliz, alegre y jovial. Tanto es así que el espíritu le permite ver a la que fuera su novia y esposa, enamorada totalmente de él al principio y quien sin embargo le abandona años después, cuando ya se había transformado en el ser humano mezquino y preocupado únicamente por el dinero que será de por vida.
Tras él, llega el espíritu de las navidades presentes, que muestra a Scrooge como su actitud ante la vida no crea en los demás más que pena y resentimiento, pues constatan que, por rico que sea, esa forma de vida vil y gruñona no puede surgir más que del corazón de un hombre profundamente infeliz.
Por último, aparece en escena el fantasma de las navidades futuras, que muestra a nuestro protagonista su muerte y el odioso recuerdo que está destinado a dejar entre los que lo conocieron. Nadie acude a su funeral. Nadie siente lástima por él. Nadie lo echa en falta. Antes bien, muchos son los que se alegran de su fallecimiento, pues de ese modo tienen la oportunidad de hacerse con sus numerosas riquezas o bienes materiales.
Como contrapeso de la vida de Scrooge, con sus vicios y calamidades, Dickens nos muestra a la familia de su ayudante, Bob, un pobre pero feliz padre de numerosa familia al que ni su avinagrado jefe, ni su penosa situación económica, ni la grave enfermedad de su hijo pequeño, consiguen quitar la alegría navideña. Las visiones del aciago futuro de la bella familia de Bob serán, junto al miedo por su propio futuro, el resorte que hará moverse algo en el interior de Ebenezer, motivando que cambie su actitud vital.
Y es que nuestro protagonista despierta de su largo sueño la misma mañana de navidad y tras la renovada experiencia de nochebuena decide comenzar ahí mismo a cambiar su vida: hace las paces con sus familiares, realiza donaciones para con los más necesitados y, tras arreglar la triste comida navideña de Bob, le sube el sueldo y le promete que en el futuro será una mejor persona.
Así concluye Canción de navidad, con el cambio de la personalidad de Scrooge. De un hombre malvado y repugnante, a un ser alegre y volcado en ayudar a los demás. Un hombre que da, que apoya, que trata de hacer felices a quienes le rodean y, sobre todo, un hombre que sabrá desde entonces como celebrar la navidad.
Los enemigos de Dickens y su legado
El libro es, por tanto, una crítica a los valores del egoísmo, la riqueza, la avaricia y la insolidaridad, al tiempo que hace una apología del optimismo, la tolerancia y la ayuda a los demás. Unos principios que bien podrían estar inspirados en los que defiende la dogmática cristiana, y que se resumen, básicamente, en que para alcanzar la felicidad el único camino a nuestro alcance es dedicar nuestra vida a lograr que los demás también lo sean. De este modo recibimos lo mismo a cambio.
Como en otras obras de Dickens (Oliver Twist, Tiempos difíciles, Grandes esperanzas, etc.) es recurrente en el libro el tema de la pobreza, la ignorancia y la miseria, especialmente entre los más pequeños -lo cuales producían especial tristeza a Dickens, que chocaba con la realidad de los mismos durante sus largos paseos-.
A través de estos personajes individuales se observa la crítica del autor hacia el sistema de su tiempo, culpable en su opinión de todos los males y desgracias que le toca vivir a la sociedad por su determinación en anteponer conceptos como la creación, la invención, la productividad, el enriquecimiento y el consumo, por delante de los valores cristianos antes detallados.
También, no obstante, nos indica el remedio para estos problemas, que no pasan por la actitud del estado (en eso Dickens se distancia de los ideales socialistas y del movimiento obrero), sino de los propios individuos, que cambiando su código moral y actitud vital -más altruistas, más optimistas- sí pueden obrar el cambio necesario.
Pocos han sido los autores que han logrado implementar con tanta fuerza las ideas rectoras de sus novelas como Charles Dickens. No sólo la cultura popular (decenas de versiones en todos los soportes imaginables así lo atestiguan), sino también al pasar éstas a convertirse en dogmas no escritos de la moral establecida: la condena al egoísmo, la maldad intrínseca de los ricos, la bondad de los pobres o el tan aclamado “da y recibirás a cambio”, son proposiciones ampliamente aceptadas hoy, pese a no ser ciertamente precisas ni sustentadas por los hechos de la historia
Crítica a la obra
Si bien no hay discusión posible acerca de la maestría literaria de Dickens, pues la fluidez del relato es constante, y sus personajes, perfectamente caracterizados y representativos de los conceptos que quiere transmitir el autor, no es menos cierto que el mensaje es absolutamente subjetivo y, en muchas ocasiones, erróneo. Es cierto que, como cualquier humano, Dickens vivió en la época que le tocó vivir y su visión viene formada por las experiencias de su propia vida. Es decir, Dickens no tuvo la oportunidad de conocer las consecuencias sociales, culturales y políticas de su época.
El siglo XIX es conocido en la historia como uno de los más largos periodos de relativa paz de que ha disfrutado el mundo, en parte, debido a la puesta en marcha de las ideas rectoras que habían surgido siglos atrás, como el liberalismo, que habían ofrecido un nuevo modelo da vida. En aquellos años las mejoras en aspectos como la sanidad, la ciencia y la industria recibirían un impulso como jamás en la historia se había producido antes, lo que tendría un impacto sin igual en la forma de vivir de la población. Mejoras sanitarias e higiénicas redujeron enormemente la mortalidad (especialmente la infantil), con lo que la población se duplicó en muchos países de occidente. Las mejoras científicas, médicas y técnicas consiguieron logros que anteriormente sólo podían ser atribuidos a la religión. La implantación del capitalismo y sus valores morales (libertad, responsabilidad e individualismo) crearon la dinámica necesaria para la multiplicación de a la riqueza, que se tradujo no sólo en más dinero para los empresarios, sino también para los estados y trabajadores.
En la obra de Dickens, se retrata al empleado siempre como alguien pobre y que malvive entre tremendas estrecheces por la explotación de que es objeto, pero no dicen nada acerca de la alternativa que se les presentaba, que no era otra que la de artesano tal y como habían existido en los siglos anteriores (mucho más desvalido e improductivo) y en muchos casos, la enfermedad y la muerte temprana.
Lo mismo podríamos decir de la situación infantil, que, sin bien es cierto que era mano de obra barata, fuera de las fábricas no tenían otro futuro que la calle y la muerte. Más aún, no fueron las instituciones las que posibilitaron que los pequeños dejaran de trabajar y pudieran formarse (y la prueba está en que todavía hoy, en muchos países donde sigue habiendo pobreza, los niños siguen trabajando porque, de otro modo, no tendrían opción para sobrevivir), ni tampoco las llamadas a la solidaridad de Dickens y otros autores, sino el propio sistema capitalista, que permitió (como fuente de creación de riqueza más exitosa que hemos inventado), pasados los años y gracias al aumento de la productividad, que los cabezas de familia pudieran ganar lo suficiente para mantener a sus hijos y proporcionarles una educación.
Todo esto no aparece en la obra de Dickens, algo normal, por otra parte, pues él no pudo ver los resultados de su tiempo. No obstante, es significativo la implantación de sus mantras que, parece, la sociedad actual – que si ha tenido acceso a esa parte de la historia- es incapaz de rebatir. Quizá por nuestro empeño constante y equivocado de mirar al pasado con los ojos del presente.
Lo mismo ocurre con su crítica a la riqueza como fuente de maldad y la pobreza como fuente de bondad. No es cierto, y no hace falta un estudio pormenorizado para demostrarlo.
Ricos y pobres pueden ser buenos y malos, y el establecimiento de que perseguir lo mejor para uno mismo es malvado (en este caso particular denominado egoísmo), es altamente cuestionable. Todos queremos vivir lo mejor posible y tenemos derecho a luchar porque así sea. No hay ningún pecado en ello. Contrariamente al panorama que establece Dickens, la riqueza y el éxito no son fruto del mal, sino de la creación y la inteligencia. No es un pozo que está ahí y al que unos han conseguido acceder antes, dejando al resto sin recurso: la riqueza ha de ser creada y no puede darse, repartirse, a menos que alguien la cree primero.
Similar desvirtuación aparece con los conceptos de solidaridad y beneficencia. Obviamente la caridad es una virtud y es un bien el ayudar a los demás. Sin embargo, la equiparación de la caridad como una norma social, obligatoria para ser buena persona, destruye la misma. La caridad sin voluntad no tiene nada de virtuoso. El mismo concepto pierde toda su razón de ser cuando pasa de ser algo deseado por el que ayuda a una obligación establecida formalmente.
En todos los casos anteriores, el problema del análisis del autor es que no pone el acento en el sitio correcto, que no es otro que el modo en que cada individuo ejerce dichas acciones. Sí acierta en la defensa de ciertas virtudes y comportamientos para alcanzar la felicidad, pero yerra al culpabilizar de sus vicios a los colectivos (la sociedad, el sistema, los ricos) en lugar de a los individuos, que son los que realmente pueden cambiar su comportamiento.
En ese sentido, Canción de navidad sí transmite un mensaje esperanzador, pues manifiesta que el poder de cambiar no sólo nuestra vida, sino de poner nuestro grano de arena para mejorar la sociedad, no está en un lugar externo e inalcanzable, sino en nosotros mismos. Somos nosotros los que podemos decidir actuar como buenas personas tanto para nuestro propio beneficio como para el de la sociedad.
Ahora, gracias al Sello de La Otra H, podréis disfrutar de este magnífico libro en formato manga, en esta cuidada edición que nos ofrece Herder Editorial. Todos, grandes y pequeños, podrán acercarse a una de las más famosas obras de Dickens y entender el porqué del enorme aplauso que la crítica le brindó en su día.