La figura de Fausto y su pacto con el demonio es un clásico de la literatura universal. Si bien el origen del mito se remonta al siglo XV, a lo largo de los años han aparecido numerosas interpretaciones y adaptaciones. Sin duda, la más conocida es el Fausto de Goethe, el gran escritor alemán, por sus personajes altamente alegóricos. A continuación, analizamos los 5 principales personajes de Fausto, contextualizándolos en la obra e interpretando su valor simbólico.
Heinrich Fausto
Es el gran protagonista de la obra de Goethe, un intelectual y erudito que al principio de la obra es honorado por su universidad con el título de Doctor. Ha pasado la vida estudiando e investigando, con el objetivo de alcanzar el máximo conocimiento para poder trascender los límites de la naturaleza humana. Sin embargo, se siente totalmente insatisfecho por no haberlo conseguido. Su ambición lo lleva a pactar con el mismo demonio, Mefistófeles, quien promete servirle en todos sus deseos a cambio de su alma.
En su nueva vida, con un aspecto rejuvenecido, el doctor Fausto intenta llenar su vacío a través de los ideales del amor romántico y la belleza clásica, pero sus relaciones siempre acaban en tragedia y su insatisfacción no para de crecer. A lo largo de la obra, Fausto aprenderá a aceptar sus limitaciones y su condición de ser humano; empezará a despreciar cada vez más las brutales acciones cometidas por Mefistófeles y, finalmente, su alma será salvada y podrá ascender al cielo.
El doctor Fausto de Goethe es un personaje altamente alegórico, pues representa la condición del ser humano, ávido por trascender más allá de sus limites, por adquirir el máximo conocimiento, incluso aquel al que no puede acceder. Está dispuesto a vender su propia alma al demonio y a testimoniar hechos horribles (cometidos por Mefistófeles a su servicio) para poder conseguir su propósito. El viaje que recorre en la obra, junto a Mefistófeles, es un camino de descubrimiento interior a través de sus propias flaquezas, con las que tendrá que lidiar para conseguir entender cuál es el conocimiento que realmente se necesita y dónde se encuentra la verdadera felicidad.
Mefistófeles
Aunque su propósito sea producir el mal, él mismo es consciente de que al final contribuye a producir el bien designado por Dios. Por este motivo, se encuentra en un estado de aburrimiento, lo que le incita a buscar maneras de satisfacer su sed de maldad y vicio. Allí entra en juego su pacto con Fausto, cuya alma considera lo bastante elevada y cercana a Dios para ser objeto de su deseo.
Su poder no alcanza todas las áreas. Al ser una figura de la cultura europea medieval, no tiene ninguna influencia en el mundo clásico. Cuando él y Fausto viajan a la Antigua Grecia (en la segunda parte de la obra), Mefistófeles se siente un extraño en tierras extranjeras, pues su poder relacionado con el vicio y el pecado carece de sentido en una cultura cuyos valores ruedan alrededor de la belleza y la fealdad.
A nivel alegórico, muchos críticos apuntan que el demonio Mefistófeles puede ser analizado como la cara oscura del doctor Fausto, su lado malvado y sin escrúpulos contra el que debe luchar. Asimismo, mediante el desprecio que muestra hacia todo aquello relacionado con lo humano, representa una crítica despiadada a la naturaleza humana.
Margarita (Gretchen o Margaret)
El primer amor de Fausto, que empieza en idilio y termina en tragedia. De corazón noble y muy religiosa, al principio de la obra Margarita es la encarnación de la pureza y la castidad, pero su encuentro con el joven Fausto será su sentencia de muerte. Después de haber mantenido relaciones con él, empezarán los sentimientos de vergüenza y sobre todo de culpa por sentirse responsable de la muerte de su madre (causada por la poción que le dio Fausto para que se durmiera y poder estar juntos) y de su hermano, asesinado por el joven doctor.
Acaba siendo ejecutada por haber matado a su hijo, fruto de la relación con Fausto. Aunque él intenta salvarla, ella acepta con resignación y arrepentimiento su sentencia, lo que permite salvar su alma. Será ella quien, al final de la obra, acoja el alma de Fausto y la guie hacia la eternidad.
A nivel simbólico, es la representación del “eterno femenino”, la encarnación de la juventud, el deseo y el placer. Para Fausto personifica el amor físico, pasional, el cual lo inspira a conquistarla a través de la figura mediadora del diablo. Según el psicoanalista Jung, las figuras femeninas de la obra representan distintas acepciones del alma de Fausto; Margarita sería la alegoría de la parte más física y pasional.
Helena de Troya
Helena de Troya, figura mitológica de la Antigua Grecia y uno de los personajes principales en el poema épico la Ilíada, aparece en la segunda parte de la obra, cuando Fausto viaja en el tiempo y el espacio. El doctor se enamora de ella y viaja a la Antigua Grecia, donde mantienen una relación, de la cual nacerá un hijo, Euforión.
Helena encarna los ideales de la cultura clásica griega, en primer lugar el valor de la belleza, pero también el del bien y la razón. Sin embargo, dichos ideales hace tiempo que no lideran el mundo, por eso nadie puede ver y entender la belleza y nobleza que Helena representa. Para Jung, representa la parte racional del alma de Fausto. Al final, el matrimonio entre los dos acaba en tragedia, con la muerte de su hijo Euforión: así se disuelve la unión entre el clasicismo (Helena) y el romanticismo (Fausto). Tras el fallecimiento de su hijo, Helena también deja el mundo terrenal para seguirlo en el más allá.
Euforión
Hijo de Fausto y Helena, a nivel alegórico simboliza la unión entre lo romántico y lo clásico. Según algunos críticos, podría ser una referencia a Lord Byron, el gran poeta romántico inglés, admirado por Goethe, que murió luchando en la guerra griega de independencia. El estilo literario de Byron también funde los dos conceptos representados en Euforión.
El pequeño Euforión es un niño brillante, pero ha heredado la misma ambición letal que su padre. Su obsesión por trascender su naturaleza humana y ascender hacia el cielo lo conduce a su propia muerte. A nivel alegórico, su trágico destino es el fracaso del mundo moderno en intentar integrar los ideales clásicos griegos. Más concretamente, representa el fracaso del propio Fausto, el cual había buscado esa unión por mucho tiempo, pero tras la tragedia, solo le queda la esfera más terrenal y física de la pasión.
«Siempre se necesita aquello que se ignora y nunca podemos hacer uso de lo que sabemos.» Fausto, Goethe