Immanuel Kant es sin duda una de las figuras más relevantes de la filosofía occidental moderna. Un personaje peculiar por sus manías y su comportamiento metódico y autodisciplinado, pero apreciado y respetado por todo aquel que tuvo la suerte de conocerlo o que simplemente leyó sus ideas y teorías gracias a su obra. Hoy descubrimos el camino que le llevó a ser considerado el Sócrates moderno o el Platón alemán.
Immanuel Kant nació el 22 de abril de 1724 en Königsberg, ciudad perteneciente a Prusia en aquella época, hoy Rusia. Aquí pasó toda su vida hasta morir en 1804. Sin embargo, el hecho de no viajar a otras ciudades y otros países no le aisló del mundo, pues siempre se preocupó de estar informado de las noticias sociales y políticas. De hecho, se interesó y apoyó fervientemente la Revolución Francesa.
De estudiante a profesor académico
Cuarto de nueve hijos en una humilde familia muy religiosa, fue educado en el pietismo, una rama del protestantismo que rechazaba las acciones externas, cuales ritos, ceremonias, y cualquier tipo de intermediario entre el individuo y Dios. Apostaba por una relación religiosa personal y subjetiva y una moral fundamentada en las buenas obras. Tales principios marcaron profundamente Kant que incluso influyeron en sus reflexiones filosóficas sobre ética y religión.
Tras estudiar en el religioso Collegium Fridericianum, entró en la Universidad Albertina de su ciudad natal para estudiar filosofía y ciencias. Su envidiable carrera académica tuvo que parar en 1746, a causa del fallecimiento de su padre, trágico evento que le obligó a trabajar como profesor privado para ganarse la vida y ayudar a su numerosa familia. Un dato curioso fue su decisión de cambiarse el nombre, de Emanuel a Immanuel, influenciado probablemente por sus estudios de hebreo.
Poco a poco fue ganándose una excelente reputación como profesor, gracias a su pasión y metodología de enseñanza, la cual difería mucho de las lecciones tradicionales, donde los estudiantes se limitaban a escuchar y tomar apuntes. Al contrario, Kant fomentaba en sus alumnos el entender los conceptos e intentar debatir sobre ellos, considerándola la mejor forma de enseñar a pensar por sí mismo, lejos de dogmas preconcebidos. A fin de cuentas, según Kant, el conocimiento y la experiencia son el objetivo último de la filosofía. Esta no era la única disciplina que enseñaba, pues poseía un gran conocimiento en diversos campos, como las matemáticas, las ciencias naturales y la teología.
Su popularidad como profesor privado llegó hasta el sector académico y, en 1770, aceptó una cátedra de Lógica y Metafísica en la Universidad Albertina, donde había estudiado y en la que desarrollaría toda su carrera profesional, pues no estaba dispuesto a abandonar su ciudad natal.
Un hombre metódico y riguroso
A nivel personal, a Immanuel Kant se le conoce por su personalidad extremadamente disciplinada y rigurosa, rozando lo obsesivo-compulsivo. Sus días estaban organizados a través de una metódica rutina en la que cada actividad estaba calculada al minuto. El despertador sonaba siempre a la misma hora, así como a la misma hora estaba programado su paseo diario.
Para hacer justicia al filósofo, debemos decir que durante su juventud sí que tuvo vida social y no fue tan rutinario. Fue con el paso de los años y con la madurez que desarrolló el carácter y los hábitos por los que hoy se recuerda, posiblemente gracias, o a causa, de la influencia de su querido amigo Joseph Green, un comerciante inglés bastante escrupuloso.
En cuanto a su estado físico, es verdad que poseía un cuerpo pequeño y delicado. Sin embargo, su condición empeoró paulatinamente debido a sus hábitos poco flexibles y muchas veces contraproducentes, además de su constante preocupación por padecer múltiples enfermedades, síntoma claro de hipocondría.
Las obras de Kant
Crítica de la razón pura
Durante los primeros años de enseñanza publicó algunas obras, pero las críticas recibidas le hicieron parar durante una década entera, para poder reflexionar y cuestionarse sus propias ideas. Aunque su regreso se hizo esperar, no fue para menos, pues volvió con una obra que, además de ser uno de sus títulos más reconocidos, marcaría la historia de la filosofía para siempre. Hablamos de Crítica de la razón pura (1781), en la que expone su crítica de la razón humana, planteándose cuestiones sobre los límites y el alcance del conocimiento. Kant reconoció haber sido influenciado por el pensamiento de David Hume, el cual logró que se alejara de un racionalismo dogmático y se abriera a una nueva perspectiva.
El resultado de su propia revisión fue una teoría que cambiaría la manera de reflexionar sobre nosotros mismos, el mundo que nos rodea y, en particular, sobre cómo adquirimos los conocimientos. Fue el primero en aunar dos conceptos que hasta entonces seguían caminos distintos: el empirismo y el racionalismo. Si bien afirma que en el conocimiento existen reglas previas a cualquier experiencia, las cuales no provienen de los sentidos, acepta que tales conceptos adquieren validez solo mediante la experiencia.
Crítica de la razón práctica
Hay que decir que tal obra fue reconocida más bien póstumamente, a causa del estilo denso y excesivamente académico que en aquel entonces provocó un rechazo por parte de la mayoría. Sin embargo, su siguiente obra, Crítica de la razón práctica (1788), fue la que más influencia tuvo mientras vivió. En ella, Kant se centra en la reflexión sobre los juicios de valor y defiende el imperativo categórico como máxima que debemos seguir para actuar conforme a una ley universal. Si quieres profundizar sobre su concepción de la ética, te invitamos a leer el artículo de Conversalitas.
Crítica del juicio
La tercera obra fundamental del periodo crítico de Kant es Crítica del juicio (1790), en la que relaciona las dos anteriores, pero sobre todo reflexiona sobre el concepto de estética en Occidente, ligado a la relación entre el ser y la belleza. Esta es considerada el principio que confiere unidad y armonía a la naturaleza, trascendiendo el campo filosófico del arte para convertirse en una cuestión metafísica: de este modo, Kant trata una verdadera ontología de la belleza.
«Dos cosas me llenan la mente con un siempre renovado y acrecentado asombro y admiración por mucho que continuamente reflexione sobre ellas: el firmamento estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí.» Immanuel Kant
La religión dentro de los límites de la mera razón
En 1793 publicó su obra más importante sobre la filosofía de la religión, La religión dentro de los límites de la mera razón, en la que explica sus ideas acerca de una religión natural, capaz de conjugar los principios dogmáticos del cristianismo con el ejercicio de la razón, sin tener que apelar a la autoridad de la revelación.
Justamente sus opiniones sobre filosofía de la religión no fueron gratas a todo el mundo, en particular al nuevo rey Federico Guillermo II, quien retrocedió en cuanto a concesión de libertades respecto a su predecesor. A Kant le ordenó de no pronunciarse más en cuestiones religiosas. Aun viviendo en el periodo de la Ilustración, supuestamente la era de la razón y del progreso, Kant sufrió la censura y las restricciones de la libertad de opinión y expresión. Su obra más relevante y famosa, Crítica de la razón pura, fue censurada tras su muerte por el papa Pío VIII, quien la incluyó en el Índice de Libros Prohibidos, amenazando con la excomunión a todos los que la hubiesen leído.
Los últimos años de Kant y muerte
En 1797 Immanuel Kant se retiró de la vida académica, consciente de que los síntomas de la vejez habían empezado a visitarle. Su estado de salud empeoró a causa de una arterioesclerosis cerebral, la cual, además de provocarle síntomas de la propia enfermedad, incrementó la tendencia hipocondríaca de Kant. Desde este momento, se volvió más maniático y obsesivo, y fue perseguido por pesadillas y alucinaciones, en las cuales creía ser atacado por su sirviente.
Tras varios años de sufrimiento, falleció el 12 de febrero de 1804, dos meses antes de cumplir 80 años. Su funeral fue el más presenciado en la pequeña ciudad de Königsberg: todos querían despedirse del gran Kant. No solo fueron todos los vecinos de la ciudad natal, de todas las clases sociales, sino que también se acercaron desde toda Prusia para rendir homenaje al filósofo.
La tumba fue llevada en la Catedral de Königsberg, pero años más tarde se construyó una capilla al lado de la catedral, donde fueron trasladados sus restos. Tras la Segunda Guerra Mundial, la ciudad pasó a ser territorio ruso (es la actual Kaliningrado), pero el mausoleo de Kant fue uno de los pocos monumentos alemanes que no fueron víctimas de la destrucción de los soviéticos. Actualmente es visitada por los recién casados, quienes depositan flores en su capilla.
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