Mary Shelley ha pasado a la historia por ser la escritora de Frankenstein, el clásico de ciencia ficción. Pero su figura es importante no solo por su legado literario, sino también por su propia vida, la cual merece ser recordada por sobrepasar los límites de lo que debía ser la vida convencional de la mujer.
Una familia no convencional
Mary Shelley nació en Londres el 30 de agosto de 1797, en el seno de una familia no convencional para la época. Su madre, Mary Wollstonecraft, puede ser considerada la primera filósofa feminista. Fue una mujer adelantada a su época en todas sus decisiones, desde fundar una escuela para niñas a irse sola a Londres para perseguir su sueño de ser escritora. Su reivindicación se centró en requerir las mismas oportunidades para hombres y mujeres, empezando por la educación, base de cualquier desarrollo intelectual. Alegaba también a un nuevo tipo de feminidad, oponiéndose a la creencia de que las mujeres eran simples seres sentimentales. Ella defendía la capacidad racional y de autocontrol inherente a todo ser humano, tanto hombres como mujeres.
Antes de conocer al padre de Mary, William Godwin, ya tenía una hija fruto de una relación extramarital anterior, lo que les había procurado no pocos problemas. William, escritor y filósofo anarquista con ideas muy liberales, aceptó enseguida a la hija de su esposa, consciente de tener que enfrentarse a las miradas moralistas de la alta sociedad inglesa.
Por desgracia, Mary no tuvo la oportunidad de conocer a su madre, pues murió a las pocas semanas de dar a luz por una septicemia. Su padre se volvió a casar cuatro años después con Mary Jane Clairmont, con quien Mary nunca se llevó bien, aunque sí con su hermanastra Claire.
Una relación escandalosa
Gracias a la mentalidad abierta de su padre, recibió la mejor educación que podía tener una mujer en el siglo XIX, primero con una institutriz y luego en un internado. Creció empapándose de las ideas políticas de Godwin, siempre rodeada de intelectuales y artistas. Fue en este ambiente donde la Mary adolescente conoció a uno de los más fieles seguidores del padre, el poeta Percy Bysshe Shelley, con el que empezó una escandalosa relación amorosa: él estaba casado y esperaba un hijo de su mujer. Decidieron fugarse a Francia, acompañados de su hermanastra Claire, y desde allí recorrieron Europa, pero sus escasos recursos económicos les hicieron regresar a Inglaterra en menos de tres meses.
Tampoco en casa fue un camino de rosas: su padre no aceptaba la relación, vivían en constante precariedad y sufrieron la peor de las desgracias, la pérdida de su hija prematura, hecho que la sumió en una profunda depresión. Finalmente, en 1816, la joven pareja pudo contraer matrimonio, aunque la oportunidad les llegó tras el trágico suicidio de la mujer de Percy, Harriet.
El nacimiento de Frankenstein
El verano de ese mismo año, cuando todavía eran amantes fugitivos, ocurrió un hecho que cambiaría por completo la vida de Mary Shelley y la historia de la literatura. La pareja fue invitada por el célebre poeta Lord Byron a la Villa Diodati, en un pueblo suizo cerca del lago de Ginebra (o lago Lemán). Los acompañaban Claire y el médico y secretario personal de Byron, John Polidori.
Lo que tenía que ser un verano caluroso y soleado resultó ser “el año sin verano”; los cuatro amigos se vieron obligados a pasar mucho tiempo en casa y decidieron entretenerse leyendo historias de fantasmas y conversando sobre la naturaleza y la ciencia. En ese ambiente sugestivo, Mary tuvo un sueño en el que vio a la espantosa creatura que la consagraría como escritora de referencia en la literatura universal.
A partir de esa visión empezó a trabajar en un relato hasta convertirlo en la novela que todos conocemos. Frankenstein o el moderno Prometeo fue publicada de forma anónima en 1818, pero en la segunda edición firmó con su nombre. Era tal el sentimiento de horror que despertaba la historia en la propia autora que la llevó a revisarla y a eliminar las escenas más inquietantes.
«Vi el espantoso fantasma de un hombre tendido y que luego, por obra de algún potente mecanismo, cobró vida y se agitó con un movimiento inquieto y antinatural.»
Mary Shelley
Una vida de pérdidas
El matrimonio con Percy Shelley, al volver de Suiza, trajo consigo la reconciliación con Godwin. Pero ese fue el único hecho agradable que ocurrió a lo largo de los años sucesivos, porque Mary Shelley tuvo que sufrir numerosas pérdidas: el suicidio de su hermana por parte de madre, Fanny; la muerte de su segundo hijo y tercera hija en apenas un año mientras estaban de viaje en Italia; un aborto en el que ella casi pierde la vida a causa de una hemorragia.
Ese mismo año, el 1822, Percy perdió la vida en un naufragio causado por una tormenta mientras estaba navegando en el mar de la Toscana. Fue la gota que colmó el vaso: Mary cayó en una profunda depresión de la que nunca se recuperaría totalmente. Regresó a Inglaterra con el único hijo que le quedaba, Percy Florence Shelley, y se dedicó a promover la obra de su difunto marido, quien obtuvo mayor reconocimiento que en vida.
Una escritora profesional
A raíz de Frankenstein su carrera despegó y consiguió dedicarse a la escritura profesionalmente. Entre sus publicaciones se encuentran libros de viaje, relatos, poemas, biografías y novelas. En ellas emergen claramente sus ideales, en parte herencia de su madre. Por ejemplo, en Mathilda (publicada solo en 1959) es evidente la crítica al patriarcado y la burguesía, cunas de desigualdades, y en Lodore (1835) se destaca la importancia de la educación, así como en su última novela, Falkner (1837), en la que los valores femeninos triunfan sobre la violencia y la destrucción masculinas.
En algunos escritos, como en el libro de viaje Caminatas en Alemania e Italia, en 1840, 1842 y 1843, aparece la Mary Shelley de pensamiento crítico y apasionada de política. Simplemente el hecho de hablar de política la convertía en una mujer “atípica” y dispuesta a desafiar las convenciones sociales de su tiempo. Este aspecto fue sacado a la luz y revalorizado por la literatura feminista en la década de 1970.
Durante estos años, aunque consiguió ganarse la vida escribiendo (el mismo sueño de su madre), tuvo que hacer frente a la situación económica de su padre, quien estaba sumergido en deudas. Por tanto, toda su familia (ella, su hijo y su padre) dependía de sus ganancias como escritora. Una situación inusual en una casa del siglo XIX.
Sus últimos años
En 1844, William Godwin falleció y Mary recibió una humilde herencia, con la que pudo salir adelante con mayor facilidad, aunque su salud empeoraba cada vez más. Según su doctor los síntomas correspondían a un tumor cerebral. La enfermedad ocupó el resto de su vida, que pasó en casa de su hijo y su esposa hasta el último día de su intensa existencia, el 1 de febrero de 1851.
Las decisiones que tomó a lo largo de su vida no siempre fueron entendidas, y hasta generaron polémica y escándalo. Sin embargo, ella se mostró fuerte e independiente en mantener sus ideales, sin que eso significase deshacerse de su parte más vulnerable y de los momentos más oscuros de su vida.
Muchas cosas han cambiado y evolucionado en los siglos que nos separan de Mary Shelley, pero una sigue manteniéndose: todavía no es insólito que la manera en la que una mujer decide vivir su vida genere polémica.
«Nada contribuye a tranquilizar la mente como un propósito firme, un punto en el que pueda el alma fijar sus ojos intelectuales.»
Mary Shelley