Karl Marx y Friedrich Engels: una amistad eterna

(2ª parte)

En nuestro artículo ¿Quién fue Friedrich Engels? Marx y Engels: una amistad que cambiaría el mundo conocimos y desentrañamos los hechos menos sonados de la amistad entre dos personas cuyas ideas terminarían cambiando el curso de los siglos que les siguieron: Karl Marx y Friedrich Engels. Tras ver la vida de Engels, vamos ahora con el plato fuerte, los entresijos del verdadero protagonista de la historia: Karl Marx.

Los inicios de Karl Marx

Marx nació en Tréveris, Alemania, el 5 de mayo de 1818. Hijo de un abogado protestante (converso, debido a las persecuciones contra los judíos) de la alta burguesía y una madre de acaudalada familia (estaba emparentada con los Philips, fundadores de la multimillonaria empresa del mismo nombre). El pequeño Marx pronto destacó por su carácter rebelde y carismático.

A instancias de su padre, Karl empezaría a estudiar derecho en la Universidad de Bonn, pero pronto se hizo patente que la idea no le seducía. Apenas iba a clase y sus notas fueron muy malas. No sólo eso, sino que se puso de manifiesto otra característica de su personalidad que sería norma en su vida: el derroche. Marx, quien estaría destinado a poner los cimientos que acabarían con el capitalismo, no estaba por la labor de renunciar a sus frutos. El dinero paterno quemaba en sus bolsillos y dedicó la mayor parte del tiempo universitario a beber, fumar y disfrutar de los placeres de la juventud.

Jenny von Westphalen
Jenny von Westphalen. Esposa de Karl Marx

 Su padre quiso enderezar a su hijo, por lo que lo envió a estudiar a la Universidad Humboldt, en Berlín, pensando que en aquella viviría de un modo más ordenado. Y acertó. El joven encontró su sitio, especializándose en Filosofía e Historia.

Son años profundamente dinámicos en su vida. Por una parte, por fin logra sacar partido a su excepcional capacidad de concentración y tesón, con jornadas de estudio y lecturas maratonianas que pronto le permiten hacerse un nombre entre profesores y alumnos. Por otro lado, su rebeldía, carisma y ostentación enamoran a una aristócrata cuatro años mayor que él, Jenny von Westfalen, con quien se casaría en 1843, tras doctorarse, pese a la oposición de los padres de ella.

La ruptura con su familia

Los problemas paternos vendrán también por el lado de su propia familia. El manirroto Marx se acostumbra pronto a llevar un tren de vida excesivo, incluso para aquellos que provienen de familias más ricas que la suya. Al morir su padre -a cuyo entierro no asiste- sólo mantendrá contacto con su madre para pedirla insistentemente dinero, lo que hará que la relación entre madre e hijo termine por romperse cuando, tras la negativa de su madre de concederle más crédito, Karl la desea la muerte para poder así hacerse con su herencia.

Pero no adelantemos acontecimientos. Pese a que hubiera podido encontrar fácilmente una plaza como profesor, el interés de Marx está más allá, en el gran público, de ahí que su primer trabajo sea dentro del mundo del periodismo. Empieza a escribir para un periódico de empresarios liberales, La Gaceta del Rhin, en donde trató, en vano, de alcanzar el puesto de director. Muy al contrario, fue despedido, algo que sin embargo el consideró una buena noticia, pues Alemania “le asfixiaba”.

Gracias a la dote de Jenny, tras su boda el matrimonio gozaba de una buena posición económica. Así, se trasladaron a vivir a París, Francia, donde encontraron un estupendo apartamento que decoraron con muebles de gran calidad. Además, Marx encontró trabajo en el boletín Anuarios Franco-Alemanes, y cuando este cerró, en el diario alemán radical Vorwärts, relacionado con la llamada Liga de los Justos. Este grupo sería, tras su contacto con Marx y Engels, el embrión de la futura Liga Comunista.

La amistad de Marx y Engels

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«El manifiesto comunista», La otra h

Como ya habrás adivinado si leíste el anterior artículo, es en este punto que se conocen Engels y Marx, punto de partida de una unión que duraría toda la vida. De estos primeros años surgirían algunos textos juntos, así como la elaboración de una de sus piezas fundamentales: El Manifiesto Comunista. También dedicará Marx estos años a contactar con los pesos pesados de los movimientos revolucionarios: Proudhon, Blanc, Herzen, Lasalle, Bakunin, etc.

Tristemente, la buena vida se acaba. Los escarceos revolucionarios  -que han tomado impulso desde que Engels y Marx los sintetizaran en su manifiesto- empiezan a cobrarse su precio. Pronto Marx es identificado como ‘elemento peligroso’ en los archivos policiales internacionales, y tras un texto especialmente agresivo contra Prusia y Rusia, es reclamado por dichos países para que Francia lo extradite.  Las autoridades galas, ante la patata caliente que les ha caído, toman la opción más sencilla y expulsan a Marx del país.

La familia toma la decisión de mudarse a Bruselas, Bélgica, donde también los acompaña Engels.  Como condición, el gobierno le pide que no publique nada político, a lo que Marx accede, pues ha recibido recientemente la herencia de su familia y puede permitirse vivir tranquilo una temporada mientras trabaja con Engels, organiza el movimiento comunista y se convierte en su líder. Y de paso, se convierte en padre de familia numerosa.

Marx y Engels
Marx y Engels, amigos eternos

Sin embargo, vuelve a arriesgarse demasiado. Una parte del dinero heredado lo gasta en comprar armas y municiones para los revolucionarios de 1848, con el fin de convertir sus tesis en realidad lo antes posible. Sin embargo, es cazado por las autoridades, lo que propicia, de nuevo, que sea expulsado del país.

Retornará por un breve período a Colonia, donde vuelve a fundar, con el dinero que aún le queda, la Nueva Gaceta Renana, un diario de actualidad que observa el mundo según el ideario marxista. Pocos meses después, sin ingresos y con las autoridades en contra, el periódico cierra. No obstante, Marx usa el último número como altavoz de sus amenazas:

“¿Está claro, señores? No tenemos compasión, ni la pedimos. Cuando nos llegue la vez no habrá excusas que valgan para el terror revolucionario”.

Marx no vivirá para verlo pero, décadas después, el movimiento surgido de sus tesis -el comunismo- tomará al pie de la letra sus palabras, acabando con la vida de cien millones de personas en su afán por implantar su filosofía.

Ambos escritos, la Nueva Gaceta Renana y el Manifiesto Comunista, ponen a Marx en boca del todo el mundo. Para bien…y para mal. Media Europa no le permite traspasar sus fronteras, ha dilapidado la herencia paterna y la de su esposa, y no le queda más que una opción de residencia: su odiada Inglaterra.

Es allí, en el centro neurálgico del demoníaco capitalismo, donde Marx se establece, pues es el único país que le permite tener libertad para asentarse y escribir. Vivirá en Londres desde 1849 hasta el final de su vida.

Ahora bien, la vida en el Reino Unido será su peor época. Gracias a un préstamo que pide a su amigo Lasalle, consiguen establecerse en la capital inglesa, pero, aunque las ciudades cambien, su espíritu derrochador se mantiene. Alquilan un piso demasiado caro para su renta, gastan dinero en fiestas de sociedad para darse a conocer (con la intención, también, de que sus hijas puedan lograr matrimonios provechosos) y pronto, casi sin darse cuenta, la familia se encuentra de nuevo con una mano delante y otra detrás. Se ven obligados a vender joyas y enseres, son desahuciados por deudas y sólo logran sobrevivir gracias, como siempre, a Engels, que hace fraudes contables en la empresa de su familia para pasarles algo de dinero. Pero no es suficiente. Nunca lo es.

Antes de que acabe la década de 1850 morirán 4 hijos de Marx, motivados por la mala salud y las privaciones. Y lo que es más sorprendente: en todo ese tiempo, nuestro protagonista, el gran teórico de la economía y la productividad, no busca ningún trabajo remunerado. Para un hombre de su posición y cultura, debería haber sido relativamente fácil encontrar un trabajo dando clases o como traductor (leía con fluidez alemán, español, francés, inglés, italiano y, en sus últimos años, ruso), pero no hay pruebas de que lo hiciera. Sólo cuando su enfermizo hijo Edgar se debate entre la vida y la muerte intenta encontrar trabajo en los ferrocarriles, trabajo para el que no está cualificado.  Se salvarán de la ruina total gracias a sus camaradas y a una oferta laboral, caída del cielo, para escribir en el New York Daily Tribune. Pero de nuevo, inexplicablemente, Marx deja que la relación con el periódico, su única fuente de subsistencia (sin contar la caridad de Engels), se enfríe. Parece empecinado en no servir a ese sistema vil y se convence a sí mismo y a quienes le rodean de que surgirán nuevas oportunidades. Y ocurre.

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«El Capital», La otra h

Con la muerte de su camarada comunista W. Wolff, Marx conoce la noticia de que éste le ha legado nada menos que 10.000 libras, cifra más que suficiente para sacarlo del atolladero. Y pone en marcha el que será su gran proyecto, su opera prima, la escritura de El Capital. Un libro, escrito principalmente entre 1861 y 1863, en el que volcará toda la energía que le queda.

Marx sólo verá publicada la primera parte, que saldrá a la luz en 1867, mientras que los otros dos tomos (publicados en 1885 y 1894), saldrán del esfuerzo del incombustible Engels que, ya muerto su amigo, dedicará enormes esfuerzos en hacer legible la abigarrada prosa de Karl, resolver algunas lagunas de sus apuntes y convertir El Capital en uno de los los libros más influyentes de todos los tiempos.

Aparte de escribir El Capital, la mayor parte del tiempo lo dedica Marx a la puesta en marcha de la revolución socialista, así como a colocar al comunismo en una posición dominante dentro del movimiento obrero internacional.

Sin embargo, su actividad se reduce considerablemente en sus últimos años debidos a los achaques. Su esposa muere en 1881, y él pierde el ímpetu de antaño. Décadas de fumar compulsivamente le han provocado pleuresía y bronquitis y padece, además, furúnculos anogenitales, insomnio y depresión. Sus últimos meses de vida los pasará bajo una fuerte gripe y morirá finalmente el 14 de marzo de 1883, en su butaca, aparentemente dormido.

 Karl Marx sería enterrado como apátrida en el cementerio de Highgate, en Londres. A su entierro acudirían sus dos hijas supervivientes, Eleonora y Laura (ambas se suicidarían años después), así como sus esposos; el omnipresente Engels y su hijo, F. Demuth (Engels confesaría en su lecho de muerte que, en realidad, era hijo de Marx) y un pequeño grupo de seguidores comunistas.

La historia de Karl Marx, la personal, apenas ha sido glosada por la historia. El comunismo, el movimiento que nació de su mente, ocultó cualquier aspecto que diera una visión no mesiánica de su fundador, y sólo tras la caída del mismo algunos historiadores y filósofos han desentrañado esos oscuros rincones.

Nadie pone en duda su extraordinaria influencia, enorme carisma y tesón inagotable por poner en marcha su revolución, así como su papel como fundador de una ideología que ha sido protagonista indiscutible de los últimos siglos. Pero como todo hombre tuvo defectos y cometió profundos errores. La realidad, juez último del verdadero conocimiento, demostraría lo erróneo de sus teorías, y su vida, siempre dependiente del dinero y la caridad de amigos y familiares, una cruel parodia hacia la clase proletaria que quería aupar al poder. Sin olvidar, como no, a Engels. El pobre escudero que dedicó media vida a su obra, sólo para verse arrinconado por la historia como mero figurante, a pesar del tremendo peso que tuvo en todo momento.

Una historia, como vemos, de luces y sombras. Donde hemos dejado de lado los aspectos más puramente técnicos y teóricos (para eso están sus libros) para contar lo que, en el fondo, fue: la historia de una amistad que fue capaz de hacer tambalearse al mundo.

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3 comentarios en «Karl Marx y Friedrich Engels: una amistad eterna»

  1. Felicidades por tan maravilloso escrito!! Definitivamente, esto ayudara a aquellos que aun ignoran, voluntaria o involutanriamente, a comprender un poco mas a estos personajes y el lamentable legado que a tantos ha afectado. Gracias!

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    • Gracias a ti por tu comentario. Justamente esa es la intención con todos los títulos de la colección de La otra h y Filosofía Ilustrada. Poner al alcance de todos, una manera amena, simple y divertida de acercarse a grandes obras clásicas y de literatura universal 😉

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  2. «La realidad, juez último del verdadero conocimiento, demostraría lo erróneo de sus teorías», cual de todas sus teorías? Me parece muy simplón ese comentario final sin explicaciones. Un filósofo que aún se estudia, que se reflexiona en relación a los hechos actuales y que en parte es padre de la sociología, se merece precisiones. Interesante su postura «desmitificadora, pero un poco sensacionalista. Marx, uno de tantos y tantos filósofos del siglo XIX, aún nos da que conversar, saludos.

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